Como muchas tardes de
fuerte oleaje y mareas vivas, Mariano se acercó al embarcadero hasta dar vista
al mar que no cesaba de agitarse. Parecería que nos quisiera recordar que se
merece un respeto (por si acaso se nos hubiera olvidado).
Mariano piensa que el
mar, su mar, tiene toda la razón.
Si nos paramos a pensar,
el océano es bueno o malo dependiendo del cariz y con el pie con que levante.
Por eso, ahora pone en nuestras manos (mejor dicho en nuestras redes) el
pescado para nuestro sustento, las verdes algas, básicas en
nuestro futuro; y de vez en cuando, pone en peligro nuestra vida.
Y a Mariano, no se le
olvida que hasta la apreciada sal siempre presente en nuestra mesa e
imprescindible en la conservación de carnes y pescados desde tiempos
inmemoriales, también se esconde en sus aguas. Sal que fue, en su tiempo,
moneda de pago a trabajadores.
De vez en cuando, el mar,
parece que nos cobra un precio muy alto por todo ello.
Mariano (deja que
piense que algo tuvo la mar a la hora de ponerle nombre) observa a lo
lejos lugares que surca a diario, de pie, en su pequeña barca. Hoy amarrada en
el muelle con su diminuto motor, fuera borda, elevado fuera del agua.
Se ha acercado hasta dar
vista a la barca con la que cada atardecer se aleja, mar adentro, en busca de sardinas
o cualquier pez que se le asemeje.
Mariano nunca va solo. Le
acompaña desde siempre su vecino José, “El Percebe”.
Es Mariano un hombre fornido.
De semblante pensativo, que camina a paso lento y alargado. Con su camisa
oscura bajo la cual se adivinan unas anchas espaldas y unos brazos de
boxeador.
Siempre está ocupado. No
para un minuto; pero despacio, siempre lento. Parece que no quisiera alcanzar
su propia sombra.
Lo de “Sordo”, le
viene de que le persigue desde nacimiento un oído un tanto “teniente”. Pero la
naturaleza que le ha castigado a vivir sin percibir bajos sonidos, le ha compensado
con virtudes, que por raras, son también muy apreciadas: Vista de lince. Observación
atenta y un corazón enorme que distribuye el rojo elemento por todo su cuerpo
dándole un aspecto de buena salud.
Mariano y su vecino, José
“El Percebe” (así le llamaban desde niño, porque sus manos se agarran
como lapas a todo lo que coge)
Entre los dos, pescan lo que les permite su pequeña sociedad. Si
tienen suerte, traerán algunos peces a puerto cada mañana puntualmente. Sus
mujeres les dan la bienvenida y acercan al mercado no más de dos cajas de
madera de pequeño tamaño. (No es muy raro regresar sin haber pescado nada).
Cuando esto ocurre, su
mujer le consuela con expresiones tranquilizadoras como estas: -“No te
preocupes, Mariano”. - “Hoy, menos peso, Mariano”. - “Mañana será otro día,
Mariano”. -“Mariano, en el huerto hay hortalizas ya crecidas, en la madriguera conejos
y huevos frescos en los ponederos”.
Es que son las mujeres de
los pescadores, las que llevan la captura del día hasta la lonja, si es que no
la venden, puerta a puerta, de camino hacia el mercado. Y si algo les queda sin
vender, nada se tira. La palabra desperdicio no existe en su
vocabulario. Lo cocinan para la familia y así seguir viviendo.
La verdad sea dicha, que
el mar es buen patrón, y no deja morir de hambre a bajo precio a quien no
tenga otras posibilidades. Solo con acercarse a ella y recoger: almejas,
berberechos, mejillones, navajas y algo más lejos de la arena de la playa:
bogantes, centollos, pulpos, langostas y toda clase de peces. -¿Queréis más?
-Sí. Un barco capaz para
ir a buscarlos. Que el suelo está profundo.
Mariano, “El Sordo”, que
tiene una paciencia de roca; a sabe que cada día esconde una suerte distinta,
siempre tiene fe en la suerte que le toca.
Conoce los secretos del
mar: El viento, la temperatura, la luna, la fecha…, son circunstancias que
favorecen la pesca en un lugar concreto. Pero esas condiciones son variables.
Por eso, a veces, el pescado se desplaza a otros lugares.
Mariano “El Sordo”, en su
tiempo libre, después de un pequeño descanso matinal, coge la azada y cuida su
pequeña finca en la parte posterior de su casa. Allí crecen las hortalizas
sembradas bajo la atenta mirada de los tres árboles viejos que ocupan su lugar,
al fondo a la izquierda.
La tarde cae al tiempo
que el sol se esconde por la línea del horizonte.
La mar está en calma.
Con su vecino, monta en
su barquichuela movida por un motor muy chico, puesto en marcha tirando de la
cuerda “enroscada” al eje del motor de arranque.
Caminan (si se puede
decir, caminar) surcando las aguas hacia el lugar acordado, donde arrojarán
su pequeña malla pescadora a uno y otro lado. Dan tiempo a que los peces se lleguen
hasta ella, y… en un “santiamén” las incautas criaturas, irán llenando las
jaulas que siempre llevan vacías en la barca. Mientras dan tiempo a que se
acerquen, lanzan la caña un poco más lejos, por ver si algo pica el anzuelo.
Llegada la hora de
costumbre, recogen aparejos y ponen rumbo a tierra con la captura consumada.
De regreso, comentan la
jornada y planean la próxima salida ¡Si el tiempo lo permite!.
Mientras, la pequeña
barca se mece a lomos de olas, corrientes y mareas; parece que va rezando para
que la calma no la abandone hasta llegar a puerto.
Este, es un día corriente
para Mariano “El Sordo”.
El pescador más famoso de
todos los que conozco.
A.de la F. M. (4-4-2014)
Vocabulario:
Enroscada.- Por enrollada.
Salario – Moneda de pago de un trabajo o servicio. (En la
antigüedad era costumbre pagar con sal. Por eso hoy llamamos salario a
cualquier dinero sado por los servicios prestados).
Oído “teniente”- Expresión vulgar que significa poseer una sordera más
o menos leve.
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